Sed bienvenidos de nuevo, viajeros de las tierras de Castilla, que aprovechando esta breve parada en "La Posada Tranquila" yo, el Padre Bernardo Espino, os contaré como un grupo de tres ha llegado hasta estos parajes. Esos tres adaces aventureros son conocidos como Etienne Lacroix, un montaignes mas fino que el filo de un florete; Vasily Lacroix, que apesar de su apellido montaignes es ussuro tanto en su aspecto como en sus modales; y un servidor, un cura fervientemente dedicado a nuestro dios Theus y a otros quehaceres mas mundanos.
Como bien sabeis todos, nos encontramos en el año 1668 de nuestro Señor, y las tierras de Castilla siguen enzarzadas en una larga guerra con la siempre altiva Montaigne. Por razones sin importancia que no viene al caso mentar, nos encontrabamos luchando en encarnizadas batallas defendiendo el estandarte castellano cuando nuestro superior, el noble Julian de la Vera, nos propuso un trabajo a priori sencillo y a la vez bien pagado. Sospechando gato encerrado, pero atraidos por el dulce sabor del opulento dinero, aceptamos tal empresa con mas precaución que entusiasmo.
Para confirmar nuestras sospechas sobre tal encomienda, topamos con un chismoso acechando entre la maleza que escucho toda la conversa, poniendo pies en polvorosa al percatarnos de su presencia. ¿Quien será ese rufian esquivo que con tanto interes escuchaba tan simple mision? Nuestro objetivo era sencillo. Llevar una lujosa alianza hasta Ciudad Vaticana, capital del imperio castellano, donde nos esperaria el acaramelado hijo de Julian para entregar el anillo a su amada. Si mas demora que la espera de la amanecida, partimos por las tierras castellanas entre arboledas y cañadas.
Pasaron dos jornadas de viaje y nuestras piernas ya sufrian la dureza del camino. Como caida del cielo aparecio una granja a la vera del camino, que a pesar de estar abandonada alojaba al menos una cabalgadura que apaciguaria nuestros doloridos pies de tan larga caminata. Nos acercamos a la granja con cierta precaución y yo, con la biblia en la mano, me dispuse a bendecir cualquier criatura de Theus que nos cruzaramos en aquel cortijo. Solamente un caballo pacia tranquilamente en aquella construción. El usuro, con mas curiosidad que delicadeza, se dispuso a subir a la segunda altura de la granja sin calcular que su peso amilanaria las maderas de aquella fina escalerilla. Con un generoso estruendo dió con sus huesos en el suelo destrozando la escalera y llamando la atención de una jauria de inumerables caninos con mas rabia que hambre.
Con los jadeos de los caninos en nuestras espaldas, la prioridad era subir a ese altillo cuya escalera de acceso era actualmente un amasijo de astillas, asi que tras unos segundos de indecisión fue el caballo nuestro único medio para alcanzar dicha altura. Pero ponerse de pie en una montura viva, siendo presionado por cientos de gruñidos atenazantes no es tarea facil y a pesar de que Vasily y yo mismo subimos con premura, fue el fragil montaignes el que encontró mas dificultad para realizar tal proeza física. Con los canes enloquecidos a pocos centimetros de distancia, Etienne consiguió alcanzar esa segunda planta salvando su coqueto traje de las fauces de esas bestias.
El firme en el que nos encontrabamos estaba en un lamentable estado y entre las maderas del suelo se podia vislumbrar esa nube de colmillos, babas y pezuñas que nos esperaba abajo. El fragil y ligero montaignes decidió acercarse a la ventana buscando una posible via de escape, pero vió ceder bajo sus pies mas de una madera del suelo. Tanto Vasily como yo, con 5 veces mas peso que nuestro liviano compañero de viaje, desestimamos esa via de escape. Ante esa desesperada situación y tras enconmendarme a Theus, yo, el Padre Bernardo Espino eché mano a la despensa que se oculta bajo mi sotana encontrando una butifarra para distraer a la maraña de enemigos. Lanzé el embutido con tal precisión y maestria que, a modo de boomerang, cayó fuera de la granja trazando un efecto inedito hasta la fecha.
Los perros se lanzaron enloquecidos hacia aquel exquisito manjar, momento que aprovechó Etienne, el montaignes, para llamar al caballo y caer sobre el al mas puro estilo de los mosqueteros de su majestad. Extrañados por la pasividad del equino ante tales fieras, el montaignes aprovechó el relajado momento para bautizarlo y que mejor nombre que Keanu en honor a un actor bastante popular en los corrales de comedias de la época, famoso por su expresividad facial. El audaz Montaignes azuzó a Keanu escapando de aquella estancia raudo y veloz atrayendo a los perros con el y librando al Cura y al Usuro de todo peligro. Siguió la persecución entre caminos y cañadas mientras los canes recortaban distancia peligrosamente.
Al cabo de un trecho, un puente quebrado por su parte central apareció en el camino del montaignes y su montura. Decidido a saltarlo para evitar a los enfurecidos perseguidores, encarando tal escollo con mas entusiasmo que habilidad y no consiguiendo superar la brecha. A pesar de que el montaignes se agarró en el ultimo momento del otro lado del puente, nuestro apreciado Keanu cayó al vacio dedicando a los presentes su ya mítica cara de poker que tanto entusiasmaba a los que lo recuerdan.
Tras reencontrarnos con Etienne, y velar la ausencia de esa entrañable criatura equina que nos salvó de semejante escollo, reemprendimos el camino hacia Ciudad Vaticana mientras recordabamos a Keanu en todas nuestras plegarias. Atardeciendo aquella agotadora jornada, topamos con un alojamiento de nombre esperanzador, La Posada Tranquila. Aunque mas que tranquilidad fueron excelentes placeres mundanos los que pudimos disfrutar aquella noche. Un excelente vino castellano, una opulenta cena e incluso, para algun afortunado cuya identidad no desvelaremos, los excelsos plareceres de la carne. Que Theus me guarde en su seno.
Pero no todo fue descanso y diversion en aquella posada. Susurros montaignenses desvelaban la importancia de cierto anillo. ¿Tendrá algo que ver con la alianza que llevabamos a aquel desconocido enamorado?. En uno de mis diversos paseos por las estancias de aquella fonda, cruce la mirada con un individuo familar. Mi deteriorada materia gris no reaccionó hasta unos instantes despues cuando caí en la cuenta de que aquel huidizo personaje no era otro que el indiscreto oteador, que nos espió la primera noche de nuestras andanzas. Tras localizarle en una de las estancias de la posada, y afinando el oido para escucharle, una sorpresiva frase salió de su garganta: "Tengo que conseguir ese anillo sino quiero perderla. La quiero." ¿Quien es esa dama que tanto ama? ¿Porque necesita el supuesto anillo?.
Estos desconcertantes interrogantes esperan ser desvelados en futuras crónicas cuando estos tres audaces viajeros consigan llevar a buen puerto su misión, o no...
Foto de Keanu momentos antes de caer por el precipicio:
Keanu! te queremos!!!!!
ResponderEliminarDios mío!
ResponderEliminarTú mataste a Keanu!
No es verdad!!!!!!! keanu era mi amigo, murió para salvarme!!!!!!!!
ResponderEliminarPobrecillo, miradle en la foto lo feliz y risueño que estaba.
ResponderEliminarMira que matar a Keanu... aisssssss
Mon dieu! menudas mentigas y falacias se están contando pog estos lages! y sin contag con mi pgesencia!
ResponderEliminarKeanu ega mi fiel cogcel y movegé cilo y tiega para gecupegarlo, ya que no está muegto!!!
Sufgió una leve caidita sin impogtancia y el pgóximo dia pienso bajag a buscaglo.
Viva Montaigne y sus valegosos hombges!
Etienne Lacroix