jueves, 14 de junio de 2007

Crónica Kult: El Baile de los Secretos

Sigues aquí. No te has ido. ¿Te has preguntado por qué? Por supuesto que no. A estas alturas, sólo hay una cosa en la que puedes pensar. Más. Quieres más. Quieres saber. Te intriga. Te atrapa. Necesitas saber qué está sucediendo.
Sé lo que es eso. Sólo puedo decirte una cosa.
Ten cuidado.
Porque las sombras hablan, amigo. Porque la oscuridad sabe. Sabe. De ti, y de mí. El baile de los secretos ha comenzado en Sandburn. Las piezas se mueven, y empiezan a mostrar su verdadero rostro.
Pero la luz sigue sin brillar.
¿Crees que empiezas a vislumbrar la verdad? Necio. Aún queda mucho por saber. Has seguido a O’Connell y a Braddock. Has corrido, jadeando junto a ellos, sudando a pesar del frío y la lluvia, a enfrentarte a motín. Has apuntado con el arma de O’Conell. Has mirado a través de la mira de su arma. Has apretado el gatillo. Has intentado derribar la barrera de los locos. Tú, como Braddock, has mirado a los ojos del instigador del motín. Has conseguido sofocarlo, tú también, con ellos. Y ahora, como ellos, te preguntas por qué lo han hecho. Te preguntas cómo lo han hecho. Y, sobre todo, te preguntas qué precio tendrás que pagar para saberlo.
Pero la luz sigue sin brillar.
Has estado junto al buen doctor. Has cogido su mano mientras creía pasar al otro lado. Has sentido su miedo, su terror, recorriéndote la piel como un enjambre de insectos carnívoros. Te has enfrentado a la oscuridad, al momento de supremo horror y angustia punzante como un arma, cuando la linterna se ha apagado. Has mirado a la cara de las sombras. Y te han hablado. Han bailado contigo el baile de los secretos. Has regresado con él, con su cuerpo maltrecho. Sólo puedes preguntarte por el jeroglífico de sus cicatrices, por el arabesco de dolor que recorre su cuerpo.
Pero la luz sigue sin brillar.
Has sentido la lluvia, cayendo sobre ti como una maldición divina, como un castigo. La has sentido casi bajo la piel, invadiéndote, mientras te acercabas con el corazón encogido a las ruinas del ala este. A los cascotes hambrientos, a la torre aún intacta. A los cadáveres que aún no habéis podido rescatar. Has visto lo que albergan las sombras entre los cascotes y las vigas oxidadas. Has sentido la lengua del miedo pasando por tu cara, lasciva, hambrienta. Te has internado en el laberinto de escombros, junto al ambiguo Démanest. Y allí has visto el dolor encarnado en una prótesis de clavos herrumbrosos.
Pero la luz. Sigue. Sin brillar.
Has presenciado cómo las máscaras empiezan a caer. La mueca cruel en el rostro de Barkley, su dura prueba a Braddock. Los chillidos, los sollozos de los amotinados mientras recibían el severo castigo en el jardín. El llanto de los locos al oír el suplicio de sus hermanos. La expresión resignada, compungida, intimidada, en el sacerdote Reinbold, en el administrador Clarke, en la enfermera Niesmith. ¿Compartes, amigo, sus sospechas? ¿Compartes su angustia? ¿Compartes, quizá, su resolución?
Porque la luz sigue sin brillar.
¿Qué harás, pues, a continuación? ¿Seguirás espiando, seguro desde tu escondrijo? ¿Seguirás acompañando a los peones? ¿Vendrás aquí, a mi lado? ¿Me mirarás a los ojos y me harás la única pregunta que puedo responder?
Ten cuidado con lo que decidas. Ten cuidado con lo que vive en las ruinas. Ten cuidado con lo que ocultan las paredes de Sandburn. Ten cuidado con las escaleras del sótano. Ten cuidado con el pasillo que lleva a la capilla. Ten cuidado con las puertas atrancadas. Ten cuidado con las que se abren. Ten cuidado, amigo, porque el baile de los secretos continúa.
Y la próxima linterna que se apague podría ser la tuya.

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