Mi nombre es Jakob Reinbold.
Cuento historias.
Os contaré una, pero no será la mía. Pues yo también tengo historia, aunque aún no ha llegado la historia de contarla. Oiréis, en cambio, la que vuestros corazones desean.
Había una vez un reino. Y en el reino, una princesa. Todos los súbditos de la princesa la amaban. Y ella les amaba a su vez. Les visitaba en sueños, y les hablaba. Susurraba a su oído durmiente palabras que nadie podía pronunciar despierto. Y ellos suspiraban.
Pero había alguien en el reino que no suspiraba. El mago del reino miraba a la princesa con curiosidad, con recelo, puesto que ella no hablaba en sus sueños. El mago del reino sólo pensaba en su magia. Estudiaba y estudiaba, practicaba y practicaba. Y tanto estudió, y tanto practicó, que, como siempre sucede en estas historias, algo salió mal. El mago del reino le hizo daño a la princesa.
Escuchad bien la historia, pues no he de repetirla. Después de hacer daño a la princesa, el mago consiguió lo que quería. Conoció más de la magia. Pues la magia de la princesa le hizo ver más, oír más. Saber más.
Y sucedió lo que había de pasar. De lejanas tierras vino un príncipe, de piel oscura y negro corazón. Atraído por la magia que había descubierto el hechicero, el príncipe vino al reino, y quiso que la corona descansase sobre su cabeza.
Escuchad bien la historia, os digo. Pues no la he de repetir. Escuchadla bien, pues es vuestra historia…
Puedo ver. Siempre he podido ver. Y con ese ojo infinito, veo las historias. Y las cuento.
Aún veo el miedo en sus ojos. Aún veo las sombras bailando a su alrededor, tejiendo terribles presagios en su rostro contraído, tenso. Veo la linterna, débil, brillando a su lado, mientras se acercaba a mí, mientras se agachaba a mi lado. No sabía quién era yo. No sabía qué podía suceder si la apagaba. Sólo sabía de miedo, y de dolor. Pobre Braddock. Le vi salir de la celda, intenté advertirle, pero no me comprendió. Cada vez pertenecía más a Barkley. Cada vez estaba más cerca del otro lado.
Todo sucede ante mis ojos, mientras mis dedos lo registran aquí, para vosotros. Prescott. Démanest. O’Connell. Veo a los tres paralizados en mitad del jardín de Sandburn. La tormenta, que es la lucha entre Serena y Barkley, ha apagado sus lámparas. Están viendo el otro lado. Están viendo el Sandburn oculto. Corren, tanto como pueden, sin saber que ya es tarde para escapar. Que siempre lo ha sido.
Veo el baile de los secretos seguir su curso. Las piezas moviéndose por el tablero frente a mí, a mi alrededor. Veo establecerse alianzas, revelaciones que se lanzan al aire como salvas, que recogen oídos furtivos, exigencias y demandas como goteantes puñales rasgando la oscuridad con filos de plata. Démanest es atrapado. Serena le arrastra con él al otro lado. Le convierte en uno de sus hijos. Los demás, los que protegen su cuerpo muerto entre las ruinas, aúllan, sus deformidades agitándose entre las ruinas. Barkley ruge en algún lugar del reino, pues aún no está del todo en esta parte, y necesita la locura de Démanest para anclarse aquí.
O’Connel conoce a Michael, el elegido de Barkley. Oigo su conversación entrecortada. Michael necesita liberarse, necesita llevar a Mary hasta el director, necesita darle a su amo el niño que su locura y la de Mary han creado. El niño sin alma para que el director lo ocupe. O’Connel ignora todo esto. Y sobre todo, ignora que al pactar con Michael está un poco más cerca de su Dios. De Barkley. Un poco más cerca del terror puro que Barkley piensa sacar de él cuando llegue el momento.
Prescott duda. El sacerdote, los guardias, el director… sólo sirven para que germinen en él más preguntas. Y él necesita algo más. Necesita su dosis de realidad. Necesita volver a ver el otro lado. Empieza a intuir que las respuestas están en las ruinas. Pero la llamada de Barkley es cada vez más perentoria… no podrá eludirla mucho tiempo. Mientras, su hambre le sigue consumiendo. El príncipe oscuro ríe al mirar su figura en el tablero de ajedrez. Cuando el hambre se lo trague, será suyo. También le necesita.
Y se acerca la media noche. El padre Reinbold hace su jugada. Intenta que Braddock y a O’Connell abran la puerta del sótano a este lado. Intenta que Démanest la abra desde el otro lado. Necesita ambas puertas en ambos mundos abiertas, si quiere llegar hasta su hijo. El reloj sigue avanzando. Los engranajes giran, el juego no se detiene a esperar a los jugadores.
Clarke está vencido. Lo sabe. Ha ido a hablar con Barkley. A exigirle su dimisión, después del brutal castigo de los amotinados. Barkley, asintiendo, le ha hecho pasar al despacho. Ha cerrado la puerta tras él. Y allí le ha hablado. Le ha mostrado cosas que la mente de Clarke, un hombre normal, no ha podido resistir. Ha mirado al ojo oscuro de la luna en el cielo, y a sabido lo que saben los gatos y que les hace gemir como bebés por las noches. El administrador de Sandburn mira en su despacho el cañón de su pistola, mientras hace girar una y otra vez el tapón de su botella de whisky. La luz de la linterna hace bailar las sombras a su alrededor. Clarke las observa.
Michael intenta volver a traer a Démanest al lado de su señor. Sin saberlo, el doctor y los compañeros de Démanest lo impiden. La marca de Serena sigue con él, impregnando sus manos con el tono de los corazones oscuros. La medianoche se acerca, y toman una resolución. Les veo dividirse, mientras Barkley abre los brazos en su despacho y vierte su risa por todos los oídos del reino. El príncipe negro va a volver. Esta noche liberará la locura de Mary. Sacará de ella al niño que su locura ha creado.
Un día más… y el reino será suyo.
Cuento historias.
Os contaré una, pero no será la mía. Pues yo también tengo historia, aunque aún no ha llegado la historia de contarla. Oiréis, en cambio, la que vuestros corazones desean.
Había una vez un reino. Y en el reino, una princesa. Todos los súbditos de la princesa la amaban. Y ella les amaba a su vez. Les visitaba en sueños, y les hablaba. Susurraba a su oído durmiente palabras que nadie podía pronunciar despierto. Y ellos suspiraban.
Pero había alguien en el reino que no suspiraba. El mago del reino miraba a la princesa con curiosidad, con recelo, puesto que ella no hablaba en sus sueños. El mago del reino sólo pensaba en su magia. Estudiaba y estudiaba, practicaba y practicaba. Y tanto estudió, y tanto practicó, que, como siempre sucede en estas historias, algo salió mal. El mago del reino le hizo daño a la princesa.
Escuchad bien la historia, pues no he de repetirla. Después de hacer daño a la princesa, el mago consiguió lo que quería. Conoció más de la magia. Pues la magia de la princesa le hizo ver más, oír más. Saber más.
Y sucedió lo que había de pasar. De lejanas tierras vino un príncipe, de piel oscura y negro corazón. Atraído por la magia que había descubierto el hechicero, el príncipe vino al reino, y quiso que la corona descansase sobre su cabeza.
Escuchad bien la historia, os digo. Pues no la he de repetir. Escuchadla bien, pues es vuestra historia…
Puedo ver. Siempre he podido ver. Y con ese ojo infinito, veo las historias. Y las cuento.
Aún veo el miedo en sus ojos. Aún veo las sombras bailando a su alrededor, tejiendo terribles presagios en su rostro contraído, tenso. Veo la linterna, débil, brillando a su lado, mientras se acercaba a mí, mientras se agachaba a mi lado. No sabía quién era yo. No sabía qué podía suceder si la apagaba. Sólo sabía de miedo, y de dolor. Pobre Braddock. Le vi salir de la celda, intenté advertirle, pero no me comprendió. Cada vez pertenecía más a Barkley. Cada vez estaba más cerca del otro lado.
Todo sucede ante mis ojos, mientras mis dedos lo registran aquí, para vosotros. Prescott. Démanest. O’Connell. Veo a los tres paralizados en mitad del jardín de Sandburn. La tormenta, que es la lucha entre Serena y Barkley, ha apagado sus lámparas. Están viendo el otro lado. Están viendo el Sandburn oculto. Corren, tanto como pueden, sin saber que ya es tarde para escapar. Que siempre lo ha sido.
Veo el baile de los secretos seguir su curso. Las piezas moviéndose por el tablero frente a mí, a mi alrededor. Veo establecerse alianzas, revelaciones que se lanzan al aire como salvas, que recogen oídos furtivos, exigencias y demandas como goteantes puñales rasgando la oscuridad con filos de plata. Démanest es atrapado. Serena le arrastra con él al otro lado. Le convierte en uno de sus hijos. Los demás, los que protegen su cuerpo muerto entre las ruinas, aúllan, sus deformidades agitándose entre las ruinas. Barkley ruge en algún lugar del reino, pues aún no está del todo en esta parte, y necesita la locura de Démanest para anclarse aquí.
O’Connel conoce a Michael, el elegido de Barkley. Oigo su conversación entrecortada. Michael necesita liberarse, necesita llevar a Mary hasta el director, necesita darle a su amo el niño que su locura y la de Mary han creado. El niño sin alma para que el director lo ocupe. O’Connel ignora todo esto. Y sobre todo, ignora que al pactar con Michael está un poco más cerca de su Dios. De Barkley. Un poco más cerca del terror puro que Barkley piensa sacar de él cuando llegue el momento.
Prescott duda. El sacerdote, los guardias, el director… sólo sirven para que germinen en él más preguntas. Y él necesita algo más. Necesita su dosis de realidad. Necesita volver a ver el otro lado. Empieza a intuir que las respuestas están en las ruinas. Pero la llamada de Barkley es cada vez más perentoria… no podrá eludirla mucho tiempo. Mientras, su hambre le sigue consumiendo. El príncipe oscuro ríe al mirar su figura en el tablero de ajedrez. Cuando el hambre se lo trague, será suyo. También le necesita.
Y se acerca la media noche. El padre Reinbold hace su jugada. Intenta que Braddock y a O’Connell abran la puerta del sótano a este lado. Intenta que Démanest la abra desde el otro lado. Necesita ambas puertas en ambos mundos abiertas, si quiere llegar hasta su hijo. El reloj sigue avanzando. Los engranajes giran, el juego no se detiene a esperar a los jugadores.
Clarke está vencido. Lo sabe. Ha ido a hablar con Barkley. A exigirle su dimisión, después del brutal castigo de los amotinados. Barkley, asintiendo, le ha hecho pasar al despacho. Ha cerrado la puerta tras él. Y allí le ha hablado. Le ha mostrado cosas que la mente de Clarke, un hombre normal, no ha podido resistir. Ha mirado al ojo oscuro de la luna en el cielo, y a sabido lo que saben los gatos y que les hace gemir como bebés por las noches. El administrador de Sandburn mira en su despacho el cañón de su pistola, mientras hace girar una y otra vez el tapón de su botella de whisky. La luz de la linterna hace bailar las sombras a su alrededor. Clarke las observa.
Michael intenta volver a traer a Démanest al lado de su señor. Sin saberlo, el doctor y los compañeros de Démanest lo impiden. La marca de Serena sigue con él, impregnando sus manos con el tono de los corazones oscuros. La medianoche se acerca, y toman una resolución. Les veo dividirse, mientras Barkley abre los brazos en su despacho y vierte su risa por todos los oídos del reino. El príncipe negro va a volver. Esta noche liberará la locura de Mary. Sacará de ella al niño que su locura ha creado.
Un día más… y el reino será suyo.
K gran historia, leñe, (ains... k ya se terminó)
ResponderEliminarWUAAAAUUUUU!
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