jueves, 13 de septiembre de 2007

Crónica Unidad Beta .::Asalto a Tanhausser::.



La lluvia en mi cara, el olor a gasoil quemándose, el ruido de los motores de un avión, el dolor quemando mis músculos, el miedo...y otra vez la desesperación. Quién me iba a decir que volvería a sentir todas esas esas sensaciones de nuevo. Cómo podría haberlo siquiera imaginado, cuándo lo único que ansiaba era que acabase ya, descansar para siempre. Ya no más lamentos en medio de la noche, cual letanía de muerte atravesando el aire hasta mi celda. Ya no más rabia e impotencia por la injusticia. Ya no más paredes observándome acusadoras en la soledad de la reclusión.

Pero cuándo no había hecho más que picotear un poco de mi 'última cena', llegó ese hombre. Con su espeso bigote, unos vivos y pequeños ojos que miraban sin expresar sentimiento alguno, y ese gran habano que fumaba con total suficiencia, nos ofreció a todos los del ala norte una última oportunidad. Una misión, pasar a formar parte de un nuevo equipo. Nada más, sin preguntas ni respuestas, o lo cogíamos o iba a por otros.

La verdad es que estaba hastiado, hastiado de bailarles el agua siempre que ellos lo decidían. Para además haber acabado injustamente aquí. Pero el instinto de supervivencia es grande, y Vishnú es misericordioso, pero no da infinitas oportunidades.

Esposados en la parte trasera del convoy nos dirigimos en medio de la tormenta a aquel bimotor. Nadie decía nada. Los demás presos ni se miraban entre ellos. Estaba aquel chico, Joao, creo que dijo el hombre del mostacho. Se le veía nervioso, como acorralado. Luego aquel francés, con una mirada de autosuficiencia y una serenidad impropias de la situación. Finalmente, estaba el español. Sus ojos, ocultos por una indómita melena rizada, miraban vacíos a algún lugar al que nadie más podía acceder.

Al rato entró aquel hombre, con su penetrante mirada y un habano apagado en la boca. Hawksmoore, mayor Hawksmoore era su nombre. Había llegado la hora de las preguntas y las respuestas. Formaríamos una nueva unidad de asalto, Unidad Beta era nuestro nombre. ¿La misión? Saltar sobre una vieja fundición en suelo alemán, ahora convertida en campo de concentración, y traer al científico más loco y brillante del maldito Furher con todos sus inventos.

Algo de equipo, una mochila con explosivos, Brownings, Thompsons y una ametralladora pesada. Eso y 6 putas horas. En ese tiempo había que saltar, entrar, dinamitar y volver al punto de reunión. Una gran incursión, bien pensada y organizada, como a mí me gusta...¡Joder, era prácticamente suicida! Pero ya estábamos allí y no había vuelta atrás. De todos modos, al final, la culpa fue nuestra.

Demasiado tiempo encerrados. Una vez saltamos, al llegar a tierra firme nos agrupamos en el bosque. La oscuridad aún nos amparaba, pero no por mucho tiempo. No nos conocíamos lo suficiente. ¿Cómo pudo se me pudo haber pasado? Nos dejamos los paracaídas en el claro. Craso error.

Nos dirigimos rápidamente al norte, hacia la aldea que sería el punto de reunión. Al llegar a las inmediaciones nos separamos en dos comandos para explorar la zona. Dosantos y Dumaulle barrerían el perímetro, uno por cada lado. Velasco y yo exploraríamos las antiguas casas y las naves centrales.

Todo parecía desierto, abandonado. Pero, ¿qué narices hacía ese camión en medio de la aldea? Lo que estaba claro es que no tenía pinta de estar abandonado. Nos acercamos sigilosamente al vehículo, y entonces sucedió todo. No se pudo hacer nada. La luz de un foco nos deslumbró, y una ametralladora sentenciaba nuestro futuro desde una posición elevada en la ventana del granero. De la casa situada más al este empezaban a salir hombres, y de la zona de donde habíamos accedido apareció un destacamento. Pos supuesto eran nazis.

En milésimas de segundo todo había acabado y la oscuridad sobrevino. Nos apuntaron con sus armas, y gritando órdenes en alemán nos encañonaron e hicieron tirar las armas. Lo último que vi fue cómo golpeaban con la culata de un subfusil a Velasco, y lo último que pensé fue ojalá Dosantos y Dumaulle hubiesen tenido tiempo de esconderse o huir.

Me desperté en la parte de atrás de un camión con un terrible dolor de cabeza, esposado frente al español y encañonado por varios soldados alemanes. Los rayos del sol se filtraban entre los pliegues de la lona del convoy. Al cabo de media hora llegamos a Tanhausser.

Bajo la guardia de los francos en las torres de vigilancia y escoltados por varios guardias, atravesamos los altos y alambrados muros hasta la zona de los barracones. Habíamos conseguido entrar, pero ahora no podíamos salir.

Nos indicaron nuestro barracón, nos dieron la ropa de reclusos. Era más parecido a un vagón de ganado que a otra cosa. Viejo, sucio, la humedad calaba los huesos. Volvía a estar encerrado. Otra vez.

Al fondo de la sucia estancia pudimos entrever un figura. Su tos acentuaba las azuladas venas que se marcaban en su blanquecina piel. La cabeza rapada y su delgadez acentuaban su aspecto enfermizo. Se nos presentó. Se llamaba Phirés, Philipe Phirés. Un francés que parecía buen tipo.

Mientras nos comentaba que en ese lugar de muerte y desasosiego hacen extrañas pruebas con los reos, entró una pequeña niña en la estancia. Iba vestida con prendas de adulto que le daban una extraña apariencia. Tenía unos vivos ojos azules y hacía muchas preguntas. ¿Qué narices hacía una niña ahí?

Aún no habíamos salido de nuestra sorpresa, que de entre las sombras del fondo de la estancia apareció un enorme indio americano. Parecía un hombre triste, reservado. El que le dirigiéramos la palabra imbuyó de una extraña luz su semblante. Con la luz de la alegría que produce el sentirse humano a pesar del color de tu piel. Se bien de lo que hablo...Llevaba la cara marcada con pinturas extrañas, de su tribu, hechas con restos de comida.

Mientras intercambiábamos unas palabras entró un singular tipo, también compañero de barracón, un nervioso afroamericano que se ofreció a conseguirnos cualquier tipo de 'mercancía' que necesitáramos.

Estos eran con los que compartiríamos nuestra reclusión. Poco pudimos hablar con ellos, y menos entre nosotros, ya que sonó el aviso de la hora del último rancho del día.

Formamos una fila en el centro del patio, todos los reclusos. Seríamos en total unos 20 o 30. No éramos demasiados en total. La gente nos miraba de soslayo o símplemente no nos miraba. Desde detrás de la verja principal, bajo la sempiterna presencia de los guardias de las torretas, vimos acercarse a un oficial. Rozaba la cuarentena, y su ario cabello rubio empezaba a ralear. Plantándose con firmeza militar delante nuestro, se presentó como el general Von Koheinen, responsable del complejo. Nos aseguró que seríamos tratados con el respeto que se debe a los prisioneros de guerra mientras colaborásemos. 'Respeto', jodidos alemanes...

Al volver a nuestro barracón, la sorpresa fue mayúscula para todos los reclusos. Una inquietante alarma comenzó a sonar. Todos salimos al patio, para observar desde la verja de la puerta principal. Se escuchaba movimiento, soldados corriendo de aquí para allá. Se oyeron tiros, y, al final, una explosión.

En cuanto todo se calmó vimos como entraban entre dos soldados un cuerpo. Entre los presos aglomerados apenas puede ver la cara del tipo. Lo llevaron a nuestro barracón.

Al entrar me dio un vuelco el corazón. Se trataba de Dumaulle. Estaba inconsciente. Los guardias dijeron que le habían atendido, y que estaba sedado.

Al cabo de un rato despertó bastante aturdido.

Debo preguntarle que pasó, cómo consiguieron huir de la aldea. ¿Donde coño está Dosantos? Además, qué ha sido esa refriega de fuera y que pretendían hacer. Y sobretodo, ¿qué narices vamos a hacer ahora?

Tenemos poco tiempo, si conseguimos escapar antes de mañana vendrán a buscarnos, debemos idear un plan. Tranquilízate Samir, esto es como el ajedrez. Todo en la vida es como el ajedrez. Hay que saber mover bien las piezas, decidir la estrategia correcta, adelantarte a tu adversario...
¡Demonios! si hay algo que se hacer en esta vida es jugar al ajedrez. Debo concentrarme, debo ganar esta partida como sea, y el tiempo vuela...

Samir Rakhesuddin, teniente de la Unidad Beta

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